tengo poco que regalar una vez muerto.
creo que he regalado menos de lo necesario
pero aún así. he regalado más de la cuenta.
Cuando me muera, quedé de regalarle a la
Tania un libro, creo que alguno de Bertoni.
(de no querer ese, queda aqui por escrito que
puede elegir el que le caiga mejor).
Podría ser útil esa idea pre-póstuma de
dejar regaladas mis cosa una vez muerto, si no
existiera la completa incertidumbre respecto
de si, efectivamente, los beneficiarios de mi
muerte
estarán vivos al momento de ésta.
O morirán conmigo, en una situación
desbordada de exceso en la taberna
(de ser ese el escenario, seguro morirían
muchos de mis más cercanos), o tal vez en el
último viaje por el mundo con mi cumpa
(ahí sólo moriríamos los dos, pero difícil igual).
La idea de un testamento sólo rememora
el anhelo de ser recordado cuando ya no existes más.
de mantener en tus objetos un poco de tu vida útil.
justamente se busca volverse útil (ab sur do).
incluso para personas a las que nunca uno
les fue completamente útil, y en muchos casos
de frentón un estorbo. Pero que frente al cariño,
aprecio, o en muchos casos, absoluta
indiferencia, no generaba mayor complicación en
el ejercicio de respirar cerca.
Trascender en un objeto...
patético.
Revivir en un recuerdo, en sueños, penar
sin piedad a los temerosos de los fantasmas.
saludar en señales y difumar nubes para
dibujar mensajes.
un pizarrón azul el cielo y arena mojada blanca.
Ojalá me dejaran en el cementerio de San Antonio.
(no en el de pasto).
Sin vista al mar no habría salida posible
ni muerte tolerable.
por ende, si me quieren bien muerto
asegurense de dejarme con la cabeza inclinada
y en dirección Western.
No tengo en mente hacer un testamento.
Porque debería recordar antes de morir.
o olvidar para seguir viviendo.